Hasta el siglo XIX, los combustibles más usados para lámparas variaban según la región, pues, como es lógico, se empleaban los más fáciles de encontrar, como la grasa de manteca de cerdo, el benceno, el canfeno, el aceite de colza, aceite de ricino y, en la zona mediterránea, el aceite de oliva.
En 1830, Reichenbach y el Dr. Christison inventaron el queroseno. Hacia 1870 la lámpara de petróleo o queroseno era casi de uso universal. En 1890 la mayoría de las ciudades tenían ya luz de gas y con la invención de la bombilla eléctrica, en el siglo XX se modificó la iluminación de todos los pueblos.